PRESENTACION, nueva edición de: Encuentro con Cristo, Madrid, EDIBESA, 2012: El Evangelio es siempre nuevo y nunca cambia. Cuando lo leemos, escuchamos o meditamos, entonces acontece, se actualiza en nuestro "contexto" de aquí y ahora. En él nos espera "alguien" que "vive" y que nos lleva en su corazón, como parte de su misma biografía, y que nos ama hasta darse a sí mismo como "consorte".

Es Cristo, Dios hecho nuestro hermano, que murió y resucitó, quien deja escuchar los latidos de su corazón en cada gesto y en cada palabra de su Evangelio. No existe otro libro igual. La vida y la historia humana recuperan su sentido en Cristo, único "Salvador del mundo" (Jn 6,42), que no anula nada de lo que Dios ya ha sembrado en culturas y corazones. Quien le ha encontrado tal como es, ya no hace rebajas a su realidad salvífica, divina y humana. La verdadera ciencia de Cristo consiste en amarle: "Si alguno me ama, yo me manifestaré a él" (Jn 14,21).

Cuando uno se ha dejado encontrar por Cristo, se siente invitado por él a compartir su misma vida y misión. Ya no se puede prescindir de él, siempre se encuentra tiempo para él (la persona amada), nadie ni nada le puede suplir, ya nada se puede anteponer a su amor. Entonces se mira a los demás con la misma mirada de Jesús.

Desde su Encarnación, el Verbo de Dios hecho hombre, Cristo nuestro amigo y "consorte", está unido a cada ser humano: "El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (Gaudium et Spes 22). Y en el corazón de cada ser humano espera al "apóstol" para que éste lo anuncie con la alegría de quien lo ha encontrado previamente: "Precisamente porque es « enviado », el misionero experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todo momento de su vida. « No tengas miedo ... porque yo estoy contigo » (Hech 18, 9-10). Cristo lo espera en el corazón de cada hombre" (Redemptoris Missio 88).

Decía Juan Pablo II que la fe es "un conocimiento de Cristo vivido personalmente" (Veritatis Splendor 88). El cristianismo (con sus "dogmas" y su "moral") no se entiende ni se acepta sin enamorarse de Cristo. La fe es una "adhesión personal" (Catecismo Iglesia Católica 150), que lleva consecuentemente al testimonio y a la aceptación de sus contenidos. Por esto, quien ha encontrado a Cristo se siente vocacionado y urgido por el Espíritu Santo a "transmitir a los demás su experiencia de Jesús" (Redemptoris Missio 24). Sin esta fe viva, no se entendería nada de la santidad y de la misión.

La propia identidad cristiana, en todas y cada una de sus vocaciones, consiste en la alegría de haber encontrado a Cristo. Por esto, Benedicto XVI, en su primera encíclica decía: "No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva" (Deus Caritas est 1). Del encuentro, se pasa necesariamente a la misión: "Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él" (Benedicto XVI, Homilía en el inicio de su Pontificado, 20 abril 2005).

Una nueva época y una sociedad "icónica" piden signos: "el mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismo conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible" (Pablo VI, Evangelii Nuntiandi 76).

El "Año de la Fe" se tiene que traducir en "la exigencia de redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo… nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo" (Benedicto XVI , Porta Fidei, 2 y 15). La "Nueva Evangelización" reclama "discípulos misioneros" con el "nuevo fervor de una "itinerancia" peculiar: hacerse disponibles para "amar y hacer amar al Amor" (Sta. Teresa de Lisieux).

En estas "meditaciones" sobre el Evangelio, no he intentado dar una metodología especial y menos una ideología, sino una ayuda o motivación para que cada uno aprenda personalmente a dejarse sorprender por Cristo, como María, su Madre y nuestra, que lo recibió en su corazón y en su seno para transmitirlo al mundo. Y entonces ya no se puede prescindir del encuentro diario con él, presente en su Palabra, en su Eucaristía, en la comunidad eclesial, en la historia humana. La garantía de haberle encontrado "de corazón a corazón", es el deseo de hacerle conocer y amar: "El corazón se fue tras él" (Bta. María Inés Teresa).